MARÍA WARD
“Esa mujer incomparable que Inglaterra dio a la Iglesia…”
(Papa Pío XII)
Mary Ward nació en una familia católica de York, Inglaterra, y durante el transcurso de su vida destacó por hallarse entre las primeras mujeres que creyó que la figura femenina debía estar involucrada en la actividad y en la vida apostólica de la Iglesia Católica. Sin embargo, ella inicialmente optó por la estricta forma de la vida contemplativa basada en entregarse totalmente a Dios.
Cuando Dios le reveló que esa vida de oración y oscuridad detrás de los muros de un convento no era su camino, fue llamada a volver a Londres en 1609. Aquí con un grupo de jóvenes mujeres, animadas por ese mismo sentimiento, se dedicó al trabajo apostólico en contra de las estrictas leyes hacia los católicos durante aquel tiempo. Más tarde, ese mismo año, comprendió que Dios le estaba llamando a otra forma de vida religiosa “que sería para su mayor gloria”. Con la finalidad de discernir esto, dejó Londres dirigiéndose a Flandes con sus jóvenes compañeras y fundó su primera casa en St Omer.
En 1611 estando en oración le llegó la inspiración y oyó claramente las palabras: ”Toma lo mismo de la Compañía” y entendió que se trataba de “La Compañía de Jesús” fundada por San Ignacio de Loyola. El resto de su vida se basó en el desarrollo de una congregación religiosa para mujeres, según el modelo ignaciano, para ello necesitaba, si quería tener éxito, ganarse la aprobación papal.
Mary Ward caminó junto a sus compañeras tres veces a Roma desde Flandes, dos veces intentaron ganarse esta aprobación y la tercera vez- como si fuese una prisionera de la Inquisición- siguió la supresión de su Congregación por el Papa Urbano VIII en 1631. Durante este período fundó diferentes casas y escuelas en Lieja, Colonia, Nápoles, Munich, Viena, Pressburg, entre otros, a requerimiento de las normas locales y de los obispos, pero la aprobación papal la eludía.
La autorización del Papa y de las autoridades eclesiales para fundar una Congregación Apostólica, sin clausura para las mujeres, era en aquel tiempo inconcebible y suponía ir demasiado lejos cuando la Reforma del Concilio de Trento había prohibido fundar nuevas congregaciones religiosas y confinado a las mujeres a la estricta clausura.
Si ella se hubiese preparado y comprometido a aceptar una forma de vida religiosa en clausura, hubiera obtenido la aprobación papal. Sin embargo, ella no lo hizo y prefirió hacer frente a la disolución y abolición de su congregación, sufrir prisión, ser acusada como hereje y ser desacreditada antes que abandonar su profunda convicción: “No hay tal diferencia entre hombres y mujeres, y las mujeres podrán hacer mucho en este tiempo”.
Siendo convocada en Roma en 1632 para hacer frente a los cargos de los que era acusada, le fue concedida una audiencia con el Papa, en la cual ella se declaró de la siguiente manera: “Santo Padre, yo no soy ni he sido nunca una hereje”. Mary Ward recibió esta reconfortante réplica: "Creemos en ello, creemos en ello". Sin embargo, sin que tuviera lugar ningún proceso judicial a Mary Ward se le prohibió abandonar Roma o vivir en comunidad.
En 1637 por razones de salud a Mary Ward se le concedió la autorización para viajar a Spa y de allí a Inglaterra. Murió durante la guerra civil inglesa justamente fuera de York, el 20 de Enero de 1645. Fue enterrada muy cerca del cementerio Anglicano de Osbaldwick.